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Hace pocos días saliendo del supermercado muy contento, por haber encontrado entre algunas revistas, condimentos y otras cosas, nuevas soluciones a mi anomia ante la ciudad, escuché de pronto el comentario de que Costa Rica es el país más feliz del mundo. A las cuatro de la tarde cruzar una calle es un ejercicio complicado. Nadie hace nada importante, a menos que algo se los reclame, por ejemplo un semáforo peatonal; quisiera que muchos decidieran no dar el mismo paso hacia la misma dirección infinitamente cada 3 minutos.
Quedan pocas palabras interesantes afuera, quizás por eso las fotografías de los mismos lugares me dicen más.
Mientras alguna gente con buenas intenciones publicita comer una manzana al día, no tomar Coca-Cola, estudiar a Marx o usar más paneles solares, la soga bien sujeta al cuello de la justicia realiza genocidios permanentes y otros desastres que en general, causan un poco de estrés curable tras un buen bronceado, lindas etiquetas y palabras gastadas.
Si me enamorara mañana lo primero que haría sería salir a la calle y fingir que todo va muy bien, para que nadie sospeche y se incomode por mí, que a esas alturas solo podría tener más rabia, indignación y buenas razones por las cuales destruir su "felicidad".